La Vecina
Mariana, una atractiva mujer mexicana que vivía sola en su elegante casa. Aunque estaba satisfecha con su independencia y éxito, no podía evitar extrañar la idea de compartir su día a día con alguien. Las noches solitarias y la falta de compañía comenzaban a pesarle, pero mantenía su rutina de masturbarse con ganas por las tardes para consolarse un poco. Lo que no sabía era que su joven vecino Reynell la observaba desde la ventana de su departamento, fascinado por su sensualidad y belleza. Cada vez que la veía en el jardín o pasar junto a su casa, su deseo por ella crecía, alimentado por la sensación de estar haciendo algo incorrecto.
Un día, Mariana recibió un paquete que no le pertenecía, pues estaba dirigido a Reynell. Decidió llevárselo en persona para devolverlo y, al tocar la puerta, él la recibió con una amabilidad que no esperaba. Tras una breve charla, Reynell, nervioso pero decidido, la invitó a pasar. En un gesto cordial, le ofreció un poco de pastel que había hecho ese mismo día. Mientras conversaban, la atmósfera se volvió cada vez más relajada, y en un momento, Mariana manchó la comisura de sus labios con un poco de crema. Reynell, sin pensarlo demasiado, se acercó para limpiarla con sus dedos, un gesto tan dulce como cargado de deseo que ambos sentían.
El ambiente entre ellos cambió de inmediato. El roce fugaz fue suficiente para despertar algo más profundo que el simple deseo de conversar. Mariana, con una mezcla de sorpresa y expectación, se quedó mirándolo en silencio, mientras Reynell, con el corazón acelerado, se inclinaba un poco más hacia ella. Inevitable lo que comenzó como un simple contacto se transformó rápidamente en algo mucho más intenso. La soledad de Mariana y la admiración de Reynell encontraron en ese momento una forma de desbordarse, dando inicio a algo que ninguno de los dos había previsto, pero que ambos habían deseado.
Lástima que no había footjob en esta escena, como ella lamió sus pequeños pies.