Dr. Covid
Una mañana, María despertó con el cuerpo ardiendo y una ligera fiebre que hacía que su piel se sintiera aún más sensible al roce de las sábanas. Su esposo, preocupado, la miró desde fuera de la cama antes de tomar su teléfono y llamar al doctor. "Vendrá en unos minutos", le dijo suavemente mientras le acariciaba la frente. Él tenía que irse al trabajo, así que tras asegurarse de que todo estuviera en orden, salió de casa dejando a María sola, esperando al médico.
El doctor llegó poco después, un hombre de manos firmes y mirada penetrante. Revisó a María con la precisión de un profesional, pero en el aire flotaba una sutil fragancia de deseo. Cada vez que sus manos rozaban la piel cálida de ella, parecía que el aire a su alrededor se volvía más denso. Él notaba cómo su respiración se aceleraba ligeramente, y aunque intentaba mantenerse en su papel, la intimidad del momento los envolvía. Ninguno de los dos decía una palabra, pero sus miradas intercambiaban algo más profundo.
Al quedarse completamente a solas, la tensión que había crecido entre ellos se hizo incontenible. El doctor, acercándose lentamente, sintió el impulso de tocar su rostro, y María, con los ojos entreabiertos, no se resistió. Sus labios se encontraron en un beso inesperado, cargado de deseo y prohibición. Fue un momento breve, pero intenso, como si el calor de la fiebre hubiera encendido algo más profundo entre ambos.